viernes, 27 de mayo de 2011

EL PENSAR BIEN Y MAL

EL PENSAR BIEN Y MAL

Por: Kenneth E. Hagin


Capítulo 1

El Pensar Bien y Mal

"Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación."
Romanos 10:8-10

Lo que nosotros pensamos determina nuestra creencia. Si pensamos mal, creemos mal. La Palabra de Dios nos es dada para corregir nuestro modo de pensar.
Si nuestra creencia es errónea, nuestra confesión lo será también. Es decir, nuestras palabras serán erróneas como resultado de nuestra manera de pensar.
Jesús dijo en Marcos 11:23: "porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho." Solemos hablar mucho del creer, pero no hablamos tanto del decir. Claro es que no podremos hablar correctamente hasta que pensemos correctamente. Nuestro pensar tiene que estar de acuerdo con la Palabra de Dios, porque no podemos creer más que lo que sabemos de Su Palabra.
Muchos siguiendo la religión metafísica basada en la ciencia de la mente, causan confusión porque creen que el hombre es nada más que un ser mental y físico. Pero el hombre es más que esto: es también un ser espiritual. Los que sostienen aquel punto de vista han hecho tanto de la mente que los del Evangelio Completo temen usar esa palabra. Sin embargo, la Palabra de Dios, tiene mucho que decir de la mente.
La Biblia dice: "Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia" (Proverbios 3:5). La Biblia dice: "Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (II Corintios 10:5). La Palabra de Dios también dice: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). La Palabra entendimiento viene de la misma palabra griega escrita en Efesios 4:23, "Y renovaos en el espíritu de vuestra mente."
El estudio de la Palabra de Dios renueva la mente. Le enseña a "tener la mente de Cristo”. Únicamente se puede tener la mente de Cristo estudiando Su Palabra, creyéndola en el corazón y haciendo lo que ella dice. La Palabra de Dios también nos enseña a pensar en "todo lo bueno, lo puro y lo honesto, si hay virtud alguna." La Palabra de Dios sí, tiene mucho que decir acerca de la mente.
Debemos darnos cuenta de que los pensamientos pueden llegar a nuestra mente de dos fuentes distintas. Los pensamientos que se presentan a nuestra mente no siempre tienen su origen allí. Desde afuera el diablo pone en nuestra mente muchos pensamientos. Algunos pensamientos vienen de afuera; y también hay los que vienen de aden¬tro de nuestro espíritu, que son de Dios. Si permanecemos en comunión con el Señor mediante la oración, la meditación, y el estudio de Su Palabra, aprenderemos a determinar de dónde vienen estos pensamien¬tos. Naturalmente, los pensamientos malos son del diablo. Dios es amor, y el amor no piensa nada malo, no oye nada malo, ni ve nada malo.
No se puede gozar de las cosas espirituales de Dios y a la vez hablar tonterías y participar en los placeres de este mundo, por inocentes que parezcan. Por la palabra "placer" quiero decir esa necesidad que algunos sienten de tener escapadas para divertirse cada semana o varias veces al mes. Pero la Palabra declara que él es la paz de nuestra mente, nuestra fuerza, nuestra alegría y nuestro consuelo. Muchos suelen usar toda clase de excusas al hacer estas cosas inútiles, pero la verdad es que toman placer en ellas. En las cosas espirituales, es todo o nada. No debemos permitir que los placeres ocupen todas nuestras horas libres.
Cuando uno se refiere a la parte de las Sagradas Escrituras que trata de la mente, hay muchos que no la entienden. Si uno se refiere a la parte que trata del creer, hay muchos que creen tenerla. (Y pueden tenerla en la mente sin tenerla en el corazón.) Si se habla del "pensar," casi todo lo que muchos pueden creer es el lado negativo. Hay dos lados del asunto, el negativo y el positivo. El lado positivo es el más impor¬tante. El lado negativo de cualquier cosa tiene su lugar, pero no es el más importante.
Cuando se menciona la palabra "confesión," la mayoría piensa en confesar sus pecados, sus debilidades, o sus fracasos. La Biblia dice:
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9). Pero la Palabra de Dios tiene mucho más que decimos del lado positivo que del lado negativo. Si la gente se diera cuenta de esto, una gran diferencia ocurriría en su vida y en su pensar; pero casi no han oído más que el lado negativo, y como resultado han empleado sólo lo negativo: "Tú no harás esto ni aquello."
Por ejemplo, la Biblia dice: "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor...”. Esta no es la confesión de pecado, ni es la confesión de debilidad. Es la confesión de lo que El es. ..... y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación." Esta no es una confesión negativa. Es una confesión positiva.
El Cristianismo ha sido llamado la Gran Confesión. Hebreos 3:1 dice:"Considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión." (Algunas Biblias dicen en el margen “confesión”).
A estas alturas nos ayudara el definir la palabra "confesión." Primero, es afirmar algo que creemos; segundo, es declarar algo que sabemos; tercero, es testificar de una verdad que hemos abrazado. Por lo tanto se puede ver que la confesión tiene gran importancia en el Cris¬tianismo porque es la afirmación de algo que creemos, la declaración de algo que sabemos, y el testimonio de una verdad que hemos abrazado.
Es necesario, como advierte Hebreos 4:14, que retengamos nuestra confesión. Hay que confesar continuamente que hemos sido redimidos del dominio de Satanás y que él ya no nos oprime con el miedo a la condenación o a las enfermedades. Tenemos que mantener firme nuestra confesión, porque nuestra confesión es la derrota del diablo. Hace casi dos mil años Jesús derrotó a Satanás en el Calvario, pero lo que El nos hizo legalmente tiene que hacerse una realidad viva y vital en nuestra vida. El lado experimental de ella es el lado vital, y jamás entenderemos bien la Palabra de Dios hasta ver claramente los dos distintos aspectos de nuestra redención: El aspecto legal y el aspecto vital.
Solemos rogar: "Dios, salva a este hombre" o "cura a esa mujer." Pero sabemos que en la mente de Dios, ya los ha curado y los ha salvado. En otras palabras, "Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo a Sí Mismo." Jesús no tiene que morir de nuevo para salvar a nadie. Ya lo ha hecho, ¿no es verdad? No derramará más Su sangre. Legalmente, Dios ya lo ha hecho.
Si se trata del aspecto legal de la redención y se predica únicamente de él, la gente no experimentará nada en su vida. Esa es la gran dificultad con muchas iglesias denominacionales. Si se examinan las cosas predicadas, son legalmente la verdad. Pero el hombre se ha vuelto frío, muerto, y formal porque no ha predicado más que un lado de la redención, el lado legal, y no ha llegado a ser una realidad vital en su vida.
Al contrario, si se predica sólo el lado vital, el lado de la experiencia, desvaríos, fanaticismo y radicalismo serán su resultado. Tiene que haber un equilibrio entre los dos para que se pueda gozar vitalmente de todo lo que Dios ha provisto legalmente.
Si uno predica de la experiencia solamente, la gente buscará la ex¬periencia aparte de la Palabra de Dios. Lo que el Señor nos ha comprado, hecho y provisto legalmente, se verifica en nuestra experiencia al creer de corazón la Palabra de Dios y al confesar con nuestra boca que es la verdad, que es nuestra.
Por ejemplo, uno puede ver eso en la salvación cuando Pablo, escribiendo a los creyentes de Roma, dice: "La Palabra de fe que predicamos." Esto no se puede ver en el Antiguo Testamento porque aquella gente no tuvo la experiencia que nosotros tenemos. No pudieron entender ni siquiera lo que habían profetizado. Tampoco podemos verlo en los cuatro Evangelios porque lo que Jesús vino a traernos no estaba disponible en aquel entonces. Él perdonaba los pecados, pero nosotros tenemos más que el perdón de los pecados; somos hechos criaturas nuevas. Todo eso no se nos hizo alcanzable hasta que Jesús murió, fue levantado de los muertos, y sentado a la diestra de Su Padre. El nuevo pacto no fue vigente hasta que el sumo sacerdocio del Nuevo Testa¬mento empezó a funcionar. Jesús es el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento.
Para algunos es difícil comprender algunas cosas porque han creído que éstas reglan mientras Jesús estaba aquí en la tierra. Pero dichas cosas no estaban en vigor. Algunos hombres en la tierra, sí tuvieron el poder para perdonar los pecados, pero nosotros tenemos más que el mero perdón de pecados. Somos hechos criaturas nuevas en Cristo Jesús. Hemos nacido de nuevo.
Si una persona nacida de nuevo peca, "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados." No se nace de nuevo repetidas veces. El hombre nace de nuevo solamente una vez. Pero, gracias a Dios, puede ser perdonado de sus pecados muchas veces.
Hebreos 10:23 declara: "Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión (confesión) de nuestra esperanza (porque fiel es el que prometió)." Aquí está otro versículo en Hebreos que nos dice que mantengamos firme la confesión de nuestra fe.
Es menester que sin reserva nos mantengamos firmes en afirmar lo que creemos. Es necesario que nos aferremos a la verdad que hemos abrazado.
En Romanos 10:9,10 leemos: "Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia..." La gente oyó la predicación de la Palabra de Dios. Esta les iluminó el pensar y les mostró que estaban perdidos, que eran pecadores, que no podían salvarse a sí mismos, que no podían hacerse justos, que no podían redimirse, pero que Dios envió a Su Hijo a este mundo y condenó al pecado en la carne. A través de Cristo, Dios nos hizo alcanzable la salvación, "porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hom¬bres en que podamos ser salvos," sino el nombre de Jesús.
El pecador sencillamente le dice a Dios: "Dios mío, yo soy pecador. No puedo salvarme. Por tu Palabra sé que no puedo hacerme justo, pero Te doy las gracias porque me has amado y has enviado al Señor Jesús a morir por mí. A través de Su justicia puedo alcanzar redención. Creo que Él murió por mis pecados según las Escrituras. Creo que El fue resucitado de entre los muertos y que es mi justificación. Le confieso ahora y le recibo como mi Salvador."
Este es el pensar de acuerdo con la Palabra y el creer lo que ella dice. Él confesarlo crea en el espíritu humano la realidad de la salvación.
Nunca estuve satisfecho con la forma en que la gente del Evangelio Completo trataba a los pecadores. A veces los hemos dejado a sus propios recursos, buscando a Dios a tientas. Le hemos dicho: "Siga orando, siga suplicando." Pero para ser salvo se necesita algo más que la oración. Si uno no ora de acuerdo con la Palabra de Dios, no logrará nada. He visto a muchos venir al altar, personas fervorosas y sinceras, que sin embargo se han ido sin ser salvas. Esto solía molestarme; así que pregunté: "Señor Jesús, ¿qué pasa? De los que vienen al altar, sólo la mitad de ellos se salvan. Estoy seguro que son sinceros o no hubieran venido. Sé que la falta no está en Ti porque Tú nunca cambias."
Se decía: "Unos satisficieron las condiciones, y otros no." Pero el problema persistió. Había que analizar la situación y averiguar por qué no satisficieron las condiciones. ¿Sabían las condiciones? ¿Estaban debidamente instruidos?
Esperando ante el Señor, El me mostró que tratábamos mal con el pecador y entonces me dijo como debía hacerlo. Desde aquel día hasta hoy, jamás he tratado con un pecador que haya venido al altar para ser salvo, y que no haya sido salvado, ¡ni siquiera uno! Algunas veces tenemos problemas con los que abandonan la fe, pero yo digo que todos los pecadores con quienes he tratado han sido salvos. Hay pastores que me han dicho tres o cuatro años después de una campaña mía que no han tenido ni siquiera una persona que haya vuelto atrás.
Hay una gran diferencia de acuerdo con la base sobre la cual hayan empezado. Si en un principio se corrige tanto el pensar de un pecador, como su creer y su confesión, entonces le será más fácil quedarse firme. Si comienza sobre una base falsa entonces el diablo se aprovecha de lo que aquel no sabe y el infeliz se encuentra derrotado y robado de lo que Dios ha hecho por él. Claro, si no ha sido enseñado de la Palabra a mantenerse firme en la confesión de su fe, naturalmente el diablo disimulará la situación y tratará de hacerle sentir que no ha sido salvo. Por los errores pequeños que hace, el diablo le dice: "Ahora estás perdido; más vale que te rindas y lo dejes."
En cuanto a la sanidad, el principio es el mismo. Recuerde que la confesión es la derrota de Satanás. De hecho Hebreos 4:14 dice: "Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, persistamos en decir la misma cosa."
¿Qué quiere decir esto? Tenemos un gran Sumo Sacerdote que ha pasado a los cielos, Jesús el Hijo de Dios. Él está allí representándonos ante el Padre. Dice: "Por ellos morí; llevé sus pecados; los redimí; fui hecho pecado por su pecado, para que en Mi puedan ser hechos justicia de Dios; lleve sus dolencias y sus enfermedades. Yo los libré de la autoridad de las tinieblas; los engendré, haciéndolos criaturas nuevas. Esto es lo que Él dice, asimismo la traducción griega dice:
"Mantengámonos firmes en decir la misma cosa." ¡Es nuestra confesión! La confesión suya le hará un prisionero o le hará libre. Nuestra confesión es el resultado de nuestra creencia, la cual es el resultado de pensar bien o mal.
Primero, es menester que sepamos lo que Dios nos ha hecho en Cristo y que lo creamos y lo confesemos. Es nuestra confesión de ello lo que crea la realidad, y entonces se hace real en nuestra vida.
Segundo, necesitamos saber lo que Dios ha hecho en nosotros por Su Palabra y por el Espíritu Santo.
Tercero, es preciso que sepamos lo que el Señor Jesucristo está haciendo por nosotros en Su ministerio de hoy a la diestra de Dios el
Padre en los cielos.
Cuarto, es necesario que sepamos lo que la Palabra de Dios hará por nosotros a través de nuestros labios, o lo que Dios puede hacer por medio de nosotros.
En Filipenses 2:13 leemos: "Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad." Dios obra en nosotros; Dios obra por medio de nosotros; y Dios no obra aparte de nosotros. Dios dio a la iglesia la autoridad y la comisión de "ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura."
El plan de Dios es operar por medio de nosotros. El Espíritu Santo nos ayuda; El no hace el trabajo. Este pensamiento es otro en el cual hemos errado. Me refiero a la importancia de pensar bien. "Que lo haga el Espíritu Santo," ha sido el grito de nuestro grupo. ¿El Espíritu Santo no fue enviado para hacerlo! La palabra griega ha sido traducida "con¬solador." La Versión Revisada Americana dice: "Yo no os dejaré sin ayuda. Vendré a vosotros. Os enviaré otro ayudador." La palabra griega paraclete que fue traducida consolador, quiere decir "uno llamado al lado de otro para ayudar."
Dios no nos envió al Espíritu Santo para hacer al trabajo. Él le envió para ayudarnos a hacer el trabajo. Demasiadas veces todo se le deja al Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo lo hace, no hay por qué enviar misioneros. Enviemos al Espíritu Santo al África para que Él convierta a aquella gente. Enviemos al Espíritu Santo a la India para que Él convierta a aquellos pecadores. Enviemos al Espíritu Santo a la América del Sur. ¿Por qué gastar tanto dinero en preparar y en educar a los misioneros para enviarlos a los perdidos? El Espíritu Santo trabaja por medio de nosotros. Él trabaja por la Palabra de 'Dios en nuestra boca.
Muchas veces rogamos: "Dios, convence a este amigo de sus pecados, dale una convicción verdadera". Pero la convicción jamás le vendrá hasta que alguien le dé la Palabra de Dios. Si no oye la Palabra de Dios, no será convencido. Pablo dijo en Romanos 10:13,14: "Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?" La Biblia dice que Dios ordenó que los hombres fueran salvos por medio de la predicación de la Palabra.
Creemos, si, en las señales y maravillas, pero las señales y maravillas no salvan a nadie. Atraen la atención de la gente, y una vez obtenida su atención uno puede decirles como ser salvos.
El día de Pentecostés, ciento veinte personas hablando en lenguas no salvaron a nadie. Ni uno se convirtió hasta que Pedro comenzó a predicarles la Palabra. Claro es que queremos ver señales, maravillas y milagros, pero ellos solos no bastan. El pecador no será salvo hasta que alguien le diga cómo. Alguien tiene que predicarles la Palabra.
Si nuestro pensar no es correcto en estas cosas, nuestra creencia será errónea. Entonces lo que decimos no estará bien y estaremos con¬fusos y derrotados. Tenemos que darnos cuenta de lo que la Palabra de Dios puede hacer por medio de nuestros labios porque el Espíritu Santo ha sido enviado para ayudarnos.
Tantas veces sólo queremos recibir una bendición en la iglesia y rogamos: "Señor, haz venir a la gente, y Señor, salva Tú a la gente." La verdad es que la responsabilidad es nuestra. Tenemos al Espíritu Santo para ayudarnos a traer gente a la iglesia, para ayudarnos en la salvación de la gente, y para ayudarnos en la obra de Dios. A menos que vayamos a hacerlo, estamos perdiendo nuestro tiempo en largas horas de oración.
Cierta mujer me pidió que orase por ella. Ella habla ayunado por tres días y tres noches buscando la voluntad de Dios para su vida. Le pregunté lo que había averiguado y ella dijo que Dios quería que visitara a la gente, que repartiera tratados y que evangelizara. Le dije que yo podría haberle ahorrado los tres días de ayuno si me hubiera preguntado, porque eso es lo que la Palabra de Dios enseña, y eso es lo que Dios espera de todos Sus hijos. Si uno no puede ver eso, no es salvo o está decaído.
Le pregunté qué oración quería que hiciese, y me respondió: "Ruegue para que yo haga lo que Él me dice."
Yo le contesté: "No, no lo haré." Ella sabia lo que Dios quería de ella y era su responsabilidad el hacerlo. Si Ud. sabe lo que Dios quiere que haga, y no quiere hacerlo, que Dios tenga compasión de Ud., Dios no le obligará.
Un hombre rico que pertenecía a cierta iglesia jamás había pagado los diezmos. Un día vio lo que la Biblia enseña sobre el diezmo. Entonces se levantó en la iglesia para pedir las oraciones de la gente para que él pagara diezmos. El no necesitaba que nadie orara al respecto; simplemente debía hacerlo. Así pasa con muchas cosas de nuestras vidas. No hay que pedir que otros oren por ellas. Si sabemos lo que debemos hacer, hagámoslo. La verdad es que algunas personas piden oraciones en tales asuntos porque no quieren hacer la voluntad de Dios, y tratan de eludir la responsabilidad, poniéndola en Dios. Lo que vale
confesarlo y apropiarlo. Por eso no había andado en ello.
Cuando confiesa Ud. lo que es en Cristo, lo reclama y anda en ello, no hace más que apropiar la realidad de lo que es suyo legalmente. Triste es decir que muchos nunca se darán cuenta de esto y quedarán como cristianos recién nacidos. Jamás podrán gozar de la plenitud de lo que son en Cristo.
Hemos hablado del pensar bien o mal, del confesar bien o mal, y del valor de ello. Recuerde nuestras expresiones: "en Él," "en Quien," y "en Cristo." Estas son usadas o indicadas en Colosenses 1:13. No dice "en Él," "en Quien," o "en Cristo," pero se sobreentiende. Dice:
"El cual (refiriéndose a Cristo) nos ha librado de la potestad de las tinieblas." Se sobreentiende que eso es lo que tenemos en Él.
Puede titular su lección bíblica, "Hechos Bíblicos," o bien "Realidades en Él," o"Realidades de la Redención," o "Lo que Tengo en Cristo."
Me acuerdo de la primera vez que fui a la cuidad después de recuperarme de mi enfermedad. Vi a uno que habla sido mi amigo antes de enfermarme. Nos criamos juntos y jugábamos juntos de niños. Inmediatamente él empezó a hablar de las cosas que hablamos hecho antes de que me hiciese creyente y antes de mi enfermedad. Él hablaba y se reía de estas cosas, mas yo estaba sentado allí como si llevara una máscara, como si no supiera ni jota de lo que hablaba Por fin, me dijo:
"¿Qué té pasa? ¿No recuerdas estas cosas?" Yo le respondí: "No recuerdo nada".
"Tú estás como si no entendieras lo que digo." Se rió de otra fechoría que habíamos llevado a cabo y volvió a preguntar: "¿No recuerdas?"
Respondí: "Oye, el individuo que estaba contigo' aquella noche murió. Ha muerto."
Él dijo: "Sé que casi moriste, pero no moriste, y sé que ahora estás aqui sentado."
Le dije todo eso para chocarle y hacerle pensar. Le dije que no habla muerto físicamente, pero que después de todo no es solamente el hombre físico el que opera. Es también el hombre interior. Mi perversidad era un resultado de la muerte espiritual que habla en mi espíritu, en mi corazón. Hay un hombre interior.
Yo le hice recordar que la Biblia dice en II Corintios 5:17: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es." No tengo un nuevo cuerpo físico, pero, gracias a Dios, algún día voy a tenerlo. Sin embargo, el hombre interior ya es una criatura nueva. Aquel hombre viejo ya no vive. ¡Gloria a Dios! Ahora hay una nueva criatura allí.
Un creyente no se renueva como volteamos un colchón. Es una creación nueva. El colchón está meramente volteado. Esto no es una reformación, sino algo que jamás ha sido. Una creación nueva, ¡gloria a Dios! Según una traducción: "Es un género nuevo." Es decir, algo que no había existido antes.
Somos más que pecadores perdonados. No somos pobres, débiles, tambaleantes y deplorables miembros de la iglesia. Somos nuevas criaturas en Cristo Jesús. No sé de Ud., pero éste ha sido mi testimonio y confesión desde 1933.
He leído esta verdad en años recientes de la pluma de ciertos escritores quienes han tenido la misma experiencia, pero no recibí de ellos la revelación, pues la sabia antes de leer sus artículos. Fue mientras estaba enfermo. Primero, antes de leer la Biblia le prometí a Dios que creería y aceptaría cualquier cosa que hallara en ella. Segundo, le dije que la pondría en práctica.
Una vez un amigo me pidió que le hiciese el favor de ir a la casa de su novia por un rato. Ella tenia una visitante y mi amigo había prometido traer a otro muchacho. Me dijo que sabia que yo era creyente y por eso no haríamos más que conversar. Así pues, fui con él y nos sentamos en la entrada de la casa para hablar. Después pusieron un disco en el tocadiscos y comenzaron a bailar. La muchacha me pidió que bailase, yo le dije que no bailaba, y le cité II Corintios 5:17. Luego mientras tocaban el disco ella comenzó a llorar. Recibió la convicción cuando le cité lo que la Palabra de Dios decía, y quería ser salva.
Muchas veces nos vemos salvos simplemente del pecado. Casi no hacemos más que tambalearnos dando pasos aquí en la tierra viviendo en "la calle de Poco Progreso," en la última casa al fin de la manzana cerquita del callejón "Queja." Efesios 1:7,8 dice: "En quien tenemos redención por su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia." "En quien tenemos (nuestra) redención." Es EN EL que somos redimidos.
En Él tenemos nuestra redención. ¿De qué somos redimidos? Alguien dirá: "Del pecado." Eso es una parte de la verdad, pero redimidos de lo que nos hizo pecadores: La muerte espiritual.
Predicamos que Gálatas 3:13 dice, "Cristo nos redimió de la mal¬dición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)”. Hemos mirado a la ley y hemos encontrado que el castigo por quebrantar la ley de Dios es triple: La pobreza, las enfermedades, y la muerte, es decir, la muerte espiritual.
Jesús vino para redimirnos porque estábamos vendidos a una vida de pecado y a la muerte espiritual con el diablo dominándonos. Pero ahora esto quiere decir que si tenemos la redención en Cristo, el dominio de Satanás ha sido roto. Quiere decir que Satanás ha perdido su dominio sobre nuestra vida justamente en aquel momento en que nacimos de nuevo, hechos criaturas nuevas en Cristo Jesús. Quiere decir que hemos recibido a un nuevo Señor, a un nuevo Maestro para reinar sobre nosotros, Jesucristo. Satanás era nuestro señor; Satanás era nuestro maestro. Él nos dominaba, pero puesto que somos criaturas nuevas en Cristo Jesús, hemos renacido y Jesús es nuestro Señor. En Romanos 6:14 leemos: "Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia."
Cualquier cosa que tenga señorío sobre Ud. dominará. El pecado y Satanás son sinónimos, lo cual quiere decir que son a todo intento iguales en su significado. Se puede expresar el versículo así: "Satanás no tendrá dominio sobre ti, porque no estás bajo la ley, sino bajo la gracia."
Cristo nos ha redimido; es nuestra cabeza; es la cabeza de la iglesia. Si Él es la cabeza de la iglesia, y si somos miembros del cuerpo de Cristo, luego Él es nuestra cabeza. Entonces, ¿tiene el diablo autoridad alguna para dominar al cuerpo de Cristo? ¡No! Somos de Cristo y bajo Su dominio, Satanás no puede controlarnos ya que él no puede controlar al cuerpo de Cristo, que es la iglesia. La dolencia y la enfermedad ya no pueden enseñorearse de nosotros. Las costumbres antiguas ya no pueden enseñorearse de nosotros. ¿Por qué? Porque somos nuevas criaturas en Cristo Jesús.
Debemos creerlo. Entonces comenzaremos a hablar de ello, y luego se hará una realidad en nuestro espíritu. Por la sangre del Cordero y por la palabra de nuestro testimonio somos hechos vencedores y así vivimos una vida victoriosa.
Siempre se puede determinar el estado espiritual de una persona por lo que ésta dice. La mayoría citará estas Escrituras y luego rogará que se hagan reales en sus vidas, sin saber que si han nacido de nuevo y están en Él, ya ha sido hecho. Les falta reclamarías, alcanzarlas, tomarlas.
Muchos preguntan: "Si es tan fácil tenerlo, ¿porque no lo tengo yo?" Si tuviera diez mil dólares en un banco a su nombre y no lo supiera, no le aprovecharía tenerlos, aunque fueran suyos; sin embargo, sería mentiroso si negara tenerlos. Las cosas espirituales pueden ser suyas, pero si no lo sabe, no podrá disfrutarlas. Tendrá que hacerlas suyas,
no desde un punto de vista legal sino desde un punto de vista experimental.
Una de las Escrituras predilectas mías que se encuentra en el Antiguo Testamento y que me ha ayudado mucho por años, es: "No temas porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de Mi justicia" (Isaías 41:10). Fue dicho a Israel, pero aún se refiere a nosotros hoy en día.
Muchas veces decimos: "No tema, vendrá un día mejor." Este es un dicho humano para animar. Pero Dios dice: "No temas, porque Yo estoy contigo." Este es un buen motivo para no temer. Dios nos ofrece la salud divina, la liberación divina. ¿Podría uno temer aún sabiendo que Dios está con él? No, si sabemos quien es Dios, no podemos temer.
Aun antes de conocer el Evangelio completo, no lloraba ni pedía a Dios Su ayuda. Abría la Biblia a Escrituras como éstas; entonces caía de rodillas ante Él y decía: "Dios mio, me alegro tanto de que estés conmigo y que seas mi Dios. Tú me esfuerzas siempre y me sustentas con la diestra de Tu justicia, y no tengo que estar en temor porque Tú me has dicho que no debo turbarme." Así Ud. puede sonreír, hasta en las horas más negras de su vida.
Es bueno tener amigos que nos apoyan en nuestras pruebas, pero el Señor siempre está con nosotros. Él es nuestra ayuda.
No obstante, hay los que están desanimados, llorando: "¡Oh Dios, ayúdanos!" Dios sí nos ayuda porque es un Dios de compasión y des¬ciende a nuestro nivel, pero es mucho mejor subir a Su nivel para alcan¬zar nuestras bendiciones. Cuando Él tiene que bajarse a nuestro nivel, nos quedamos bajo cierto sentido de despecho. Estamos así por pensar mal, por confesar mal, y por creer mal. Sin embargo, podemos fortalecer el pensar bien, el confesar bien, y el creer bien a través de la Palabra de Dios, y eso nos levantará.
"Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" Romanos 8:31. Esta deberla ser nuestra confesión. Dios es ciertamente por nosotros. El no está en contra nuestra; Él está por nosotros.
Mi madre siempre me recuerda que ore al viajar. Me aconseja, "Ora cada minuto para que el Señor esté contigo."
Yo siempre le contesto, "Mamá, yo nunca oro de esa forma ya que la Palabra dice, 'No te dejaré ni te desampararé... No temas, Yo estoy contigo... Yo voy delante de ti.' " ¡Gloria a Dios por Sus promesas!
Deberíamos pensar como Dios piensa, y la única forma en que podemos llegar a hacerlo es al pensar Sus pensamientos. Piense en lo que Dios dice en Su Palabra y confiese que es verdad.



Capítulo 2
El Creer Bien y Mal

El creer de corazón, sea para la salvación, o para el bautismo del Espíritu Santo, o para la salud, o para la respuesta a una oración es la única manera de recibir algo de Dios. No hay otra manera.
En Apocalipsis 3:11 leemos el mensaje que Jesús dio a las iglesias de Asia Menor cuando Se apareció a Juan: "Retén lo que tienes." Jesús dijo esto porque La sabia que habla un poder levantado contra nosotros que tratarla de derrotarnos, de despojarnos y robarnos.
La fe, ya hemos dicho, es como el amor. Se manifiesta solamente en la acción o en la palabra. No hay fe sin confesión. La fe crecerá con la confesión. La confesión hace varias cosas para el que cree. La confesión nos da rumbo y nos da linderos para la vida. No se puede recibir nada de Dios sin creer bien y confesar bien. Cuando el hombre se da cuenta de esto, puede comunicarse con Dios.
Los diez espías fijaron el lindero de su vida con su confesión. Dijeron:
"No lo podemos hacer." Creían que no podían y así, no pudieron. Israel aceptó el informe de la mayoría y cuando dijeron "no podemos," vagaron por el desierto.
Caleb y Josué dieron un informe distinto. Creían que podrían con¬quistar la tierra. Dijeron: "Bien puede nuestro Dios entregarlos en nuestras manos." Aquel dicho fijó el lindero de su vida.
Dios no favoreció a Caleb ni a Josué. Algunos piensan que Dios quiere a unos más que a otros. No es verdad. Dios no tiene hijos favoritos ni mimados. Nos quiere a todos con el mismo amor, y El ha hecho para todos la misma provisión. Dios no quería a Caleb y a Josué más que a los otros, porque Dios quería hacer para los otros lo que hizo para Caleb y para Josué. Todos podían haber entrado en la tierra de Canaán, pero con creer mal, lo cual resultó en confesar mal, fijaron el lindero de sus vidas.
Pablo dijo: "Mirad, hermanos, (y usó Israel como ejemplo) que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apar¬tarse del Dios vivo" (Hebreos 3:12). Aquí se refiere a entrar en las promesas de Dios. Pablo dijo que fallaron en entrar a causa de su incredulidad. No creyeron bien.
La palabra griega incredulidad tiene la idea del que no se deja persuadir. Los hijos de Israel no pudieron entrar a causa de no querer ser persuadidos. No fue posible persuadirles a obedecer la Palabra de Dios. Dios dijo: "Les daré la tierra. Ahuyentaré a los gigantes y se la daré." Pero no fue posible persuadirles a obedecer la Palabra de Dios.
Hay dos clases de incredulidad:
(1) Hay algunos que dudan por ignorancia. Su incredulidad se debe a su falta de saber la Palabra de Dios, porque la fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios. Si no oyen y no saben lo que Dios dice, no pueden tener fe.
Hay incredulidad por nunca haber oído la Palabra. Es por eso que tantos no creen en la sanidad, aunque son salvos. Nunca han oído la Palabra acerca de la sanidad. Alguien podría decir: "Pueden leerlo por sí solos." Cierto, pero son como Ud. y yo. Yo pertenecía a un grupo que no creía en la sanidad. Desde la niñez, se nos enseñaba que no era para nosotros hoy. Por eso, cuando leíamos de ella, no se registraba en nuestro espíritu porque nuestra mente estaba cerrada y decidida en contra de ella. Hay que tener la mente abierta a la Palabra de Dios. El remedio para la incredulidad es el estudio de la Palabra de Dios para saber lo que es suyo "en Él."
(2) Hay muchos que son como Israel. Los israelitas sabían que Dios había dicho que les daría la tierra, pero no pudieron ser persuadidos a obedecer Su Palabra. Hay muchos, bien informados acerca de la Palabra de Dios, pero no pueden ser persuadidos a obedecerla. Eso es incredulidad. Él remedió para esta clase de incredulidad es la obediencia.
La mayoría de los creyentes son sinceros, serios y honrados, pero débiles. Puede sonar como una equivocación, pero no lo es. Es el resultado de nunca haberse atrevido a hacer una confesión de lo que son en Cristo. Uno puede saber lo que es en Cristo. Los israelitas sabían que Dios había dicho: "Les daré la tierra." Todo lo que Dios había dicho había ocurrido según Su promesa. Le habían seguido en otras cosas, pero en este caso no quisieron ser persuadidos a obedecer Su Palabra.
Una gran mayoría de creyentes no andan en la luz que poseen. Oran: "Dios dame algo," o "Haz esto por mí." Dios no hará nada hasta que ellos actúen según lo que saben. Cuando lo hagan, recibirán la contestación.
Cuando yo estaba gravemente enfermo, mi familia creía que iba a trastornarme porque leía tanto la Biblia. Hasta hicieron venir al médico para decirme que no leyera tanto la Biblia porque perdería la mente. A muchos les sería de beneficio perder la mente natural y recibir una
mente espiritual. Yo sabia de donde estaba recibiendo mi salud y mis fuerzas; por tanto seguía leyendo y estudiando la Palabra de Dios. Si los creyentes dejaran a un lado el pescar y el cazar, y anhelasen las cosas profundas espirituales de Dios, serian mejores seguidores de Cristo.
Después de ser salvo, vi que había el Nuevo Testamento y el An¬tiguo. Decidí que el Nuevo Testamento había sobrepasado el Antiguo. Por eso, leía más de las Epístolas, porque ellas me dicen quien soy y lo que soy en Cristo. Esa es la confesión que quiero mantener porque es una confesión vencedora que derrota al diablo. Muchos pastores, predicadores y laicos leen otras partes. Con el transcurso del tiempo se puede notar ya que nunca se oye una nota de victoria en su predicación.
Conocí a un pastor que nunca predicaba de nada más que de profecía, y siempre predicaba el lado funesto. Con el tiempo sus miembros se cansaron de su predicación sombría y cambiaron de iglesia. Este predicador tuvo una muerte penosa. Es posible predicar de la profecía de tal manera que resulta ser de bendición, e igualmente puede resultar de maldición.
Es lo mismo con los demonios. Uno puede mostrar que tiene autoridad sobre ellos y es de bendición. Pero la predicación sobre los demonios puede asustar a muchos individuos. Damos gracias a Dios que los suyos no tienen que temblar ni temer ante ellos.
Si vivimos en las Epístolas, tendremos un lugar de victoria. Pablo nombró varias cosas que confrontaríamos, y luego dio el resumen diciendo: "Antes en todas estas cosas somos más que vencedores." Somos más que vencedores, y ese "más" nos ensancha el campo.
Cuando predico sobre la mente, algunos se asustan. Se les sugiere la religión metafísica. Sin embargo, la Biblia habla mucho acerca de la mente, como en Isaías 26:3: "Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento (mente) en Ti persevera." La Palabra de Dios nos enseña a "tener la mente de Cristo." Filipenses 4:8 dice: "Por lo demás, hermanos, todo los que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad."
Lo que uno piensa influye mucho. Creo que es debido a eso que muchos están enfermos, a pesar de que un montón de oraciones hayan sido hechas por ellos. Van adondequiera que oigan que algunos han sido sanados, pero en vano. No se sanan porque su modo de pensar no es correcto. He visto a muchos por quienes he orado, que al momento
Parecían mejor. Algunos hasta declararon que estaban sin dolor ni achaque por dos o tres días. Yo sabia bien que la enfermedad o el dolor volvería porque el tono quejoso persistía en su voz. Seguían pensando, creyendo y hablando mal, hasta quedar en lo mismo de antes. Es en las Epístolas donde hallaremos lo que nos pertenece a los que somos de Cristo, quienes somos, como Dios nos ve, y lo que Él piensa de nosotros.
Es más fácil seguir el pensamiento humano que lo que Dios dice. No hay cosa más difícil que obligar la mente a dejar lo que dicen los hombres y seguir lo que Dios dice. Nos es preciso meditar y pensar en la Palabra de Dios, además de creerla en el corazón.
Todos los médicos y todos mis amigos dijeron que no me era posible sobrevivir mi enfermedad, pero en vez de escucharles, elegí creer lo que la Palabra de Dios dijo que Él había hecho por mí. Si, más fácil hubiera sido escuchar a mis amigos, a los médicos y a mis propios sentidos. Pero me resolví a aceptar Su Palabra y hoy gozo de buena salud.
La razón porque la fe se encuentra tan ahogada y sojuzgada es que el hombre no ha osado creer sencillamente o confesar lo que Dios dice que es, o lo que Dios dice de éL ¿Será porque el hombre nunca ha leído ni descubierto quién es? ¿Será porque el hombre se ha envuelto demasiado en la historia del pasado y nunca se ha dado cuenta de que tenemos un Nuevo Testamento y que somos criaturas nuevas en Cristo, y que Él nos ama y quiere que tengamos lo mejor? ¿O después de todo, estará la mente humana tan ocupada con otras pequeñeces mundanas?
La creencia y la confesión diarias de lo que Dios el Padre es para Ud., de lo que Jesús hace ahora a su favor, a la diestra del Padre, y lo que el Espíritu Santo hace en Ud., edificarán una vida sólida de fe. Crecerá hasta no temer las circunstancias, ni ninguna enfermedad, m ninguna condición. Se enfrentará a la vida sin miedo, un vencedor. Llegará a comprender la verdad de Romanos 8:37: "Antes en todas estas cosas somos más que vencedores." Nunca será vencedor hasta confesar que lo es.
Una confesión mala, por supuesto, es una confesión de fracaso, de derrota y de la supremacía de Satanás. Algunos siempre hablan de su lucha con el diablo. Ensalzan al diablo. El hablar de estar luchando con el diablo, de como le hace enfermar, de como impide sus empresas, es una confesión de derrota y fracaso.
Cuando uno habla de las cosas buenas de Dios y de lo que El ha hecho, es una confesión que da gloria al Señor. Empezamos a hacer la confesión correcta. Algunos no le entenderán cuando ande por la fe,
pero debe hacerlo de todas formas.
De recién casados, mi señora no podía entenderme. Me acuerdo que una vez se enfermó y yo oré por ella. No pudo asistir a la reunión del miércoles por la noche. Cuando llegué de la iglesia, me preguntó:
"¿Pediste que la gente orase por mí?"
Conteste: "No."
"Pues, ¿ni les contaste que estoy enferma?"
"No, porque ya habíamos orado por ti y declaramos que Dios oyó nuestra oración, entonces ¿por qué pedir que oren ellos?" Dios o nos oyó, o no nos oyó. Sería otra cosa si no hubiéramos declarado que nos oyó. Estas son las cosas que nos derrotan. Por esta confesión volvemos a hacer lo mismo repetidas veces y no avanzamos nada. Un hombre nunca acabaría de edificar una casa si echara el fundamento un día y lo sacara al otro, siguiendo así una y otra vez. Pero eso es lo que hacemos espiritualmente.
Mi señora y yo habíamos orado en casa y habíamos declarado que Dios nos había oído y le habíamos dado las gracias por habernos oído. Entonces si hubiéramos dicho en la iglesia: "Oren todos. Mi señora y yo declaramos que Dios nos oyó, pero hemos decidido que no nos oyó. ¿Quisieran Uds. hacer otra oración?" Así habríamos hecho una confesión incorrecta. Hay que tomar una posición y permanecer firme en nuestra confesión.
Habiendo declarado que Dios ha oído mi oración, nunca vuelvo a repetirla. No importa lo que vea, lo que sienta, lo que mis sentidos me digan; me quedo con ella, la sostengo con la tenacidad de un mastín y no la dejo escapar.
Nadie, de hecho, oró por mí cuando estaba en mi lecho de enfermedad. Sencillamente leí la Biblia, la creí e hice conforme a ella. Fui sanado en 1934. Casi cinco años después, en 1939, asistí a un campamento del Evangelio Completo, habiendo ya predicado en varios lugares. Sentado en el culto, sentí punzadas agudas alrededor del corazón. Este temblaba y parecía parar. Hasta me fallaba la respiración. El ministro estaba orando por los enfermos.
El diablo me dijo: "Oye, nadie ha orado por ti. Pasa para que ese ministro ore por ti."
Sin pensar, hice para levantarme a pedir la oración. De repente pude pensar y dije: "Vil diablo, ¿cómo es esto? ¿Qué hago yo pidiendo que oren por mí? Dios me sanó hace cinco años y estoy aún con salud."
Durante todos esos años había declarado que Dios me había sanado y había estado bien de salud, siempre sano. Repentinamente, Satanás
Había simulado unos síntomas, procurando hacerme creer que no estaba sano. En primer lugar, él no tenía autoridad alguna sobre mi. Únicamente podía procurar conseguir hacerme creer los síntomas y con¬sultar con mis sentidos. Pero quedé firme, insistí en que Dios me había sanado, y que no aceptarla otra cosa, ni permití que ningún pensamiento dudoso entrara en mi mente. Los síntomas desaparecieron.
Si hubiera pedido las oraciones del ministro, en lugar de ganar algo, habría perdido lo que había disfrutado por tantos años. Tanto mis hechos como mis palabras habrían confesado que mi confesión anterior era falsa. Al instante el diablo habría entrado y me hubiera derrotado. La confesión mala nos vence.
Debemos decir: "En el nombre de Jesús, pido la contestación a esta petición." Tal vez no haya llegado aun al día siguiente, pero hay que andar por la fe y mantener nuestra confesión. El diablo le dirá que debe ir a pedir las oraciones de cierto pastor. Algunos dicen que el diablo no le dirá que vaya a pedir las oraciones, pero lo hará. Le maniobrará hasta una posición de derrota. No le importa ceder un poco para poder ganar al final.
De niño jugaba a las damas con mi abuelo. Muchas veces me alegraba con ideas de estar ganando, y entonces el abuelo me llevaba a una posición que le permitía capturar casi todos mis peones. El proceder del diablo es parecido. No le importa ceder un poco hasta tenerle en una posición donde pueda quitarle todo.
Tome la Palabra de Dios y quédese con ella. Haga lo que mandó Jesús: Retenga su confesión y pelee la buena batalla de la fe. No permita que el diablo le desaloje de su posición firme.
Me he mantenido firme por días, semanas, hasta meses. No cedí ni un centímetro. He dicho al diablo que retendría mi confesión hasta la muerte, que no me rendiría. He quedado firme porque sé que Dios ha oído mi oración y que tengo la contestación a la petición que hice.
Pocos ven que nuestras confesiones malas nos aprisionan y que sólo la confesión buena nos pondrá en libertad. No es únicamente lo que pensamos sino también las palabras que hablamos las cuáles nos dan fuerza o nos debilitan. Nuestras palabras nos son trampas y nos tienen en cautividad, o nos ponen en libertad. Nuestras palabras se hacen poderosas en las vidas de otros. Es lo que confesamos con la boca que en verdad domina nuestro ser. Inevitablemente confesamos lo que creemos. "De la abundancia del corazón habla la boca." Si hablamos de la debilidad ~ del fracaso, es porque creemos en la debilidad y en el fracaso. Es sorprendente el ver la fe que la gente tiene en las cosas falsas.
Un escritor, Donald Gee, comentó en sus libros sobre el Espíritu de Temor, basado en II Timoteo 1:7, "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio propio."
Parece que 105 hombres de su familia tenían la tendencia a morir temprano, alcanzando unos treinta y ocho años, más o menos. Les daba alguna enfermedad a los pulmones. Por eso tenía él un creciente temor a esto y cada resfrío o catarro le recordaba la enfermedad.
Fue al médico, quien se dio cuenta de este gran temor. Le dijo al paciente que al abrigar este temor, abría su sistema a esa enfermedad, que este temor le hacia más susceptible a ella.
Cuando tenía treinta y dos años, Donald Gee recibió el Espíritu San¬to, y Dios le reveló la Escritura de que El no nos ha dado espíritu de miedo. Comenzó a resistir al diablo y se apoyó en la Palabra de Dios. Ahora tiene setenta y ocho años. Hubiera podido retener su miedo hasta ser alcanzado por la enfermedad y ese miedo le hubiera dominado completamente.
El doctor John G. Lake fue misionero al África años antes del movi¬miento del Evangelio Completo. No tenia salario, y Dios suplía sus necesidades de maneras asombrosas. La contagiosa y mortífera plaga bubónica invadió su región y morían por centenares. El doctor cuidaba a los enfermos y enterraba a los muertos. Por fin los ingleses enviaron un vapor con médicos, medicinas y materiales. Los médicos invitaron al misionero abordo. Sabiendo que hacia tiempo que estaba en la región, querían saber por qué no le habla dado la plaga.
Este respondió: "Señores, creo que la Ley de la Vida en Cristo Jesús me ha librado de la Ley del Pecado y de la Muerte, y mientras ando en la luz de esa Ley de Vida, ninguna enfermedad ni ningún microbio puede prenderme."
Los médicos le rogaron que tomase uno de los remedios preventivos que tenían. Este respondió: "Señores, puede ser que les interese un experimento. Observarán que los que contraen la plaga mueren con convulsiones, echando de la boca una espuma sangrienta. Si ponen esa espuma debajo de un microscopio, hallarán que contiene millones de microbios vivos, los cuáles sobreviven por algún tiempo. Tomaré de esta espuma sangrienta y pondré la mano bajo el microscopio, y verán que todo microbio que toca mi piel muere."
Los doctores estuvieron de acuerdo e hicieron la prueba. Era verdad, los microbios morían al tocar su piel.
Esto era fe hablando. La Palabra de Dios robustece la fe. Muchas veces nuestra fe necesita un estimulo, muchos libros buenos que hablan-
de la Palabra de Dios ayudan. Pero acuérdese siempre de que nada le será imposible (Marcos 9:23; Lucas 1:37), si piensa bien, cree bien, y confiesa bien.



Capítulo 3
El Confesar Bien y Mal

"Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión (o confesión)."
Hebreos 4:14

Hablamos de pensar bien o mal, de creer bien o mal, y de confesar bien o mal. Lo que da éxito al creyente es pensar bien, creer bien y confesar bien. Es fácil decir: "Creo. Si, lo tengo en el corazón." Sin embargo, en el momento menos pensado decimos con la boca algo dis¬tinto. La palabra de fe tiene que estar en nuestra boca.
Asombrosa es la fe que tienen los creyentes en cosas que no sirven. Si pusieran la misma fe en las cosas que sirven, serían sobresalientes. No necesitarían más fe que la que ya tienen.
Los que confiesan sus necesidades, aumentarán el peso de ellas. Siempre confesándolas, estas necesidades ganan ascendencia sobre sus vidas. Pero Jesús es nuestro Señor, y si retenemos la confesión que Él es nuestro Señor, entonces Él ganará ascendencia en nuestra vida y nos hará sobresalientes. Nunca nos levantaremos por encima de nuestras confesiones. La confesión de nuestra boca que sale de la fe en nuestro corazón vencerá completamente al diablo en todo combate. Si un individuo no cree en el corazón lo que confiesa con la boca, entonces no tiene resultado. El confesar que Satanás tiene el poder para estor¬bar e impedir nuestro éxito le da el poder sobre ese individuo.
Colosenses 2:15 dice así: "Y despojando a los principados y a las potestades los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz." Si Cristo venció al diablo por nosotros, ¿por qué domina a tantos? Es porque le permiten hacerlo. Muchos creen que Dios es responsable por todo lo que les ocurre a ellos. Dios no tiene la culpa de nada. Creen que a Dios le toca hacer algo para remediar sus males. Pero le toca al individuo hacer algo.
Lo que hizo Jesús, llevando a cabo el gran plan de la redención, en Su muerte y en Su resurrección de entre los muertos, y derrotando al adversario por nosotros, ha sido puesto en nuestras manos, y nos toca a nosotros poseer la tierra.
En el principio Dios creó los cielos y la tierra, y después de hacerlo todo, lo entregó a Adán, dándole el dominio sobre toda la obra de sus manos. Adán podía hacer con todo ello lo que le pareciera. Si quería entregárselo al diablo, le era posible, y así lo hizo. Los humanos han quedado confundidos desde entonces, diciendo: "Dios sabia lo que iba a pasar," o "¿Por qué permitió Dios que el diablo hiciera tal cosa?"
Dicen estas cosas por no conocer la Biblia, la cuál claramente dice que Dios creó los cielos y la tierra y que dio al hombre el dominio sobre la obra de Sus manos. Nos ha dado el dominio sobre todas las cosas. Dios ya no tiene la responsabilidad; el hombre la tiene desde que Dios se la dio.
Si le doy a alguien un automóvil, no tendré la culpa si éste lleva contrabando en él, ¿verdad? Responderá la persona por su uso del auto, porque yo se lo di. El auto ya no corre a mi cuenta, y el dueño puede usarlo a su gusto.
¿Se ha dado cuenta Ud. de cómo todos los diferentes autores del Nuevo Testamento escribieron a las iglesias diciéndoles que hicieran algo en cuanto al diablo? Los creyentes deben vivir en las Epístolas, las cartas escritas a las iglesias. Pedro dijo: "Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar." He oído declaraciones tales como: "El diablo me persigue; oren por mí, que no me agarre." "Dios, haz algo contra el diablo." "Padre, no le dejes alcanzarme." "Jesús, reprende al diablo."
Tales oraciones no valen nada. Seria lo mismo decir: "Aserrín, aserrán los maderos de San Juan." Pedro dijo: "Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar." Pero Pedro no se detuvo allí; prosiguió con lo que nos toca hacer. "Al cual resistid firmes en la fe." A Ud. le toca hacer algo en contra del diablo. Ud. tiene que resistirlo firme en la fe. Dígale al diablo: "La Palabra dice que Jesús te derrotó. Eres un enemigo vencido, diablo. El Nuevo Testamento dice que no tienes autoridad sobre mí. Este Nuevo Pacto Dios ha establecido con el hombre por la sangre de Cristo. 'Por tanto Cristo es hecho fiador de un mejor pacto.' Este pacto nuevo no dice que tienes autoridad sobre mí, sino que yo tengo autoridad sobre ti. Satanás, déjame porque estás vencido."
Así se hace la buena confesión, y así se vence al diablo. Cuando hacemos una confesión mala, le damos a Satanás el dominio sobre nosotros. Santiago dijo: "Resistid al diablo, y "huirá" de vosotros. Aquí se refería a los creyentes. No dijo que debíamos pedir a Dios que Él resistiera al diablo y le hiciera huir de nosotros. No dijo que buscáramos al pastor y por sus oraciones alejáramos al diablo. A menos que Ud. resista al diablo no huirá de Ud. Yo puedo resistirlo y huirá de mí, pero no puedo resistirlo por Ud. Yo puedo orar por otros en fe, pero si man¬tienen una confesión mala, mi oración no vale nada. Invalidará mi oración (1 Pedro 5:8; Santiago 4:7).
Hay unos tan ignorantes que creen que yo puedo hacer con fe una oración por ellos, sin mirar en lo que creen, y que recibirán contestación. Es una locura suya, y en contra de la Palabra de Dios.
Muchos dicen que creen el Nuevo Testamento pero es mentira. Son ignorantes en cuanto a la Palabra de Dios. Preguntan: "Si sana Ud. a los enfermos como lo hizo Jesús, ¿por qué no sana a todo el mundo?" El que dice que Jesús sanó a todos los enfermos es mentiroso, porque la Palabra de Dios dice claramente que Jesús no sanó a todos los enfermos. La falta de fe impidió a Cristo el hacer muchas cosas, según Marcos 6:5,6: "No pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asom¬brado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando."
Jesús no pudo hacer una gran obra allí. ¡No pudo! ¿Por qué no pudo? La Biblia dice que fue por causa de la incredulidad.
A veces leemos en la Biblia que todos fueron sanados. A veces todos los de mis reuniones son sanados, a veces unos pocos. La disparidad se halla en la fe o en la incredulidad del individuo. Esto se ve por todo el ministerio de Jesús. Según Mateo 13:58: "Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos." Por consiguiente, si la incredulidad estorbaba a Cristo en Su trabajo aquí en la tierra, y si Él por Su Espíritu Santo obra por medio de nosotros, entonces la in¬credulidad le impedirá obrar por medio de nosotros o de la iglesia.
Pablo escribió a la iglesia de Efeso: "Ni deis lugar al diablo." ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que no debemos dar al diablo lugar en nosotros. El diablo no puede tomar lugar en nosotros si no se lo permitimos.
Cuando Cristo se levantó de entre los muertos con toda la autoridad en los cielos y en la tierra, delegó a la iglesia la autoridad en la tierra. Le toca al creyente hacer algo con lo que Dios nos ha dado. No le toca a Dios. Nos toca a Ud. y a mí, como creyentes, creerlo y ponerlo en práctica. Resista al diablo y tenga la confesión correcta para poder mantener dominio sobre el diablo.
Si la confesión de alguien no está de acuerdo con la Palabra entonces ensalza al diablo, llenando el corazón con un espíritu de temor y de
debilidad. Pero si osadamente confesamos la Palabra de Dios, el cuidado de Dios, la protección del Padre celestial, y declaramos que es verdad lo que dice en Su Palabra, que el Nuevo Pacto rige hoy, que tenemos un Sumo Sacerdote que ha pasado a los cielos y está en acción hoy, entonces podemos mantener una victoria constante, y tener bajo nuestro dominio al diablo tal y como Cristo lo ordenó.
Cuando declaramos: "Mayor es el que está en nosotros, que el que está en el mundo." "Mayor es el que está en nosotros, que ninguna fuerza alrededor de nosotros," entonces subiremos encima de toda influencia satánica. Satanás no podrá dominarnos. Este es el campo en que luchamos y así se determina si ganamos o perdemos (1 Juan 4:4).
Cuando confesamos dudas y temores, negamos la gracia y la capacidad de Dios. Un creyente nunca debe tener que ver con dudas ni con temores, porque las dudas y los temores son narcóticos del diablo. "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía (temor> sino de poder, de amor y de dominio propio" (II Timoteo 1:7). Nos ha dado un espíritu de poder, de amor, y de dominio propio. ¡Gloria a Dios!
Somos de la familia de Dios. Somos Sus hijos. La fe, el amor y el poder son nuestros. En lugar de confesar dudas y temores; confesemos fe, amor y poder. Confesemos lo que dice la Palabra, y nuestra fe robustecerá.
Cuando confesamos debilidades o enfermedades, confesamos abierta-mente que la Palabra de Dios no es verdad y que Dios no es fiel. Sin embargo, ¿qué dice Dios de las enfermedades y las dolencias? Dice:
"Y por Su llaga fuimos nosotros curados. Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores."
T.L. Osborn dice en uno de sus libros: "Su confesión de enfermedad es como su firma en un recibo por un paquete que le llega por correo. El diablo tiene su recibo. Ud. lo ha aceptado."
Esto es lo que pasa: en lugar de confesar que Él llevó toda enfermedad y toda dolencia, y las quitó; Ud. confiesa que aún las tiene.
Dios me condujo despacito a responder a las cosas espirituales. Casi hay que dejar a un lado la mente, y operar desde el hombre interior (el corazón o el espíritu) para entrar en las cosas de Dios.
Yo padecía de dos males graves del corazón. El médico dijo que cual¬quiera de los dos podía causar la muerte. Tenía el cuerpo casi inmóvil, la sangre de un color anaranjado; los glóbulos blancos habían acabado con los rojos de tal forma que no había cómo normalizar la sangre. Podía tomar un vaso de agua, y de acuerdo con lo que las pruebas mostraban, en lugar de ir al estómago, iba a dar al lado izquierdo del pecho, y al fin llegaba al estómago. Le pregunté la causa al doctor.
Me dijo que mi pecho estaba malformado, no bien desarrollado. En el pecho normal algunos conductos deben abrirse y algunos deben cerrarse, pero en mi pecho todos se abrían. La cirugía no podría corregir tal deformidad; únicamente Dios, dijo el médico.
No había manera de sanarme a no ser por la misericordia de Dios. Empecé a leer la Biblia vieja de mi abuela. Ella fue salva hace unos cien años en un avivamiento metodista. Hallé que aquella tenía algo que decir acerca de mi enfermedad y mi dolencia. La Palabra de Dios me dice: "Por su llaga fuimos nosotros curados." Allí estaba yo sufriendo todos los días dos o tres ataques cardíacos. Tenía las piernas paralizadas. Estuve en cama quince meses y medio bajo el cuidado de los mejores médicos de Estados Unidos.
Ni por un momento dudé que yo había dejado de orar. Muchas noches las pasaba orando casi hasta el amanecer, horas y horas. No menosprecio la oración, pero se requiere más que el orar; se requiere la oración de fe.
Lo malo es que tantos oramos sin poner en práctica lo que creemos, y no conseguirnos nada. No hay en la Biblia palabras de Jesús ni de ningún otro que digan que la mera oración resulta. Pero Jesús dijo:
"Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis."
Unos creyentes dirán: "Yo creo en la oración." Eso no significa absolutamente nada. Puede ir a Tibet donde verá una religión más antigua que el cristianismo. El sacerdote sentado da vueltas a una rueda de oración mientras los fieles oran. Un sacerdote sirve ciertas horas, luego otro, y así. Da vueltas a la rueda para enviar peticiones a su dios. No las dirige a nuestro Dios, pero ora: "Perdónanos nuestros pecados, las cosas que hemos hecho, las cosas que no hemos hecho, y las cosas que debíamos haber hecho." Intercede por el pueblo de su religión. Si le pregunta si cree en la oración, le dirá a Ud. que no hay en el mundo otra religión que tanto crea en la oración como la de éL Pero su religión no libra a los hombres de la opresión; no tiene valor.
Otro ejemplo nos dan los musulmanes, pues hay millones de ellos que todos los días a ciertas horas vuelven la cara hacia la Meca, se postran en el suelo y oran a Mahoma. Si, creen en la oración.
En Italia hay un lugar donde la gente tira dinero para conseguir quien ore por ellos. Algunos besan los pies de los santos, procurando sus oraciones a favor de ellos. Han sabido gastar los dedos de los pies de una imagen de tanto besarlos. Si, creen en la oración.
Repito, no digo que no debamos orar. Lo que digo es que se requiere más que la mera oración. Si cree Ud. lo que dice la Palabra, entonces haga conforme a su creencia. Ore, déjelo, y proceda como si la contestación hubiera llegado en el momento de su oración; haga más que orar solamente.
El Doctor Charles Price, pastor de una iglesia grande en Califor¬nia, fue a oponer una campaña en la cual unos de la iglesia de él decían que fueron sanados. Un anciano de su iglesia, cojo y tomador de rapé fue a una reunión de la campaña y Dios le sanó.
El pastor estaba trabajando en su jardín cuando oyó a alguien can¬tar. Venía aquel anciano, bien derecho diciendo: "Aleluya, pastor, ¡el Señor me sanó!"
Respondió el pastor: "¿Verdad? Bueno, al parecer está Ud. bien."
El anciano añadió: "Le diré algo más, pastor. Me llenó del Espíritu Santo también. Y hablé en otra lengua y fui librado del rapé."
El pastor dijo entre sí: "Pobre viejo, está medio chiflado. Le han metido en algo." Pero tantos iban a las reuniones y les gustaban tanto que el pastor resolvió ver por si mismo lo que pasaba, y volver a traer de allí a sus miembros. Pensaba preparar un sermón en contra de la sanidad divina y hasta enviarlo a la prensa. Fue a la campaña. La primera reunión a que asistió le pareció bien, sin nada a que oponerse.
La segunda vez le invitaron a sentarse en la plataforma, lo que hizo, aunque de mala gana. Nunca había escuchado mejor sermón que el que oyó aquella noche. Cuando se hizo el llamamiento a los que quisieran ser salvos a ponerse de pie, este pastor se levantó. Su vecino le tiró de la chaqueta para que se volviera a sentar creyendo que había enten¬dido mal; pero, éste declaró que a pesar de ser predicador no era salvo. Dios le salvó aquella noche y le llenó del Espíritu Santo. Su mensaje fue cambiado y anunciaba la sanidad.
Este mismo pastor tenía una amiga en el hospital con cáncer. Fue a verla y halló al médico y a las enfermeras con ella. Se salió de la habitación para no molestar. Luego el médico salió a decirle que había hecho bien en venir y que quería que orase por la paciente, pues sería calmante y consolador. El médico se asombró de la respuesta del pastor:
"No voy a calmarla. Voy a reprender a esa vil enfermedad en el nombre de Jesús, y creo que Dios la sanará." Así lo hizo, y veinte años después la señora aún estaba sana. Hay muchos que creen que la oración sirve sólo para calmar a una persona: Para algunos no es nada más que un calmante.
Cierta señora me dijo que había entrado en el hospital para hacerse operar de un tumor. Los cirujanos creían que ya era tarde. Pero una enfermera que era del Evangelio Completo le dijo que Dios la sanaría. La enfermera y su pastor oraron por la señora. Dios la sanó y los médicos ya no pudieron hallar el tumor.
Después de salir del hospital, la señora empezó a asistir a la iglesia del Evangelio Completo. Antes pertenecía a una iglesia donde se enseñaba que la sanidad, el hablar en otras lenguas y los milagros cesaron después de los tiempos de los apóstoles. Su suegra y sus parientes eran de la misma iglesia. La miraban como a una turbada. Su propia madre le dijo que el sanarse fue su suerte y nada más, y que Dios no sana hoy día. Pasó a decirle: "He sido miembro de mi iglesia estos cuarenta años, y hasta el día de hoy nunca he recibido la contestación a una oración y sé que tú tampoco."
La hija le preguntó: "Dígame, ¿porqué ora entonces?" Hay muchos que oran a fuerza de la costumbre.
Yo si estaba fuera de todo limite humano. Dios sabe las horas que pasé en oración. Pero no tenían el más mínimo efecto. Decidí que tenía que haber una equivocación y sabia que no se debía a Dios; y por lo tanto era yo quien tendría que cambiar.
Pregunté: "Señor, ¿qué sucede? Algo anda mal porque no logro nada, no recibo nada." Dios me enseñó por Su Espíritu, por medio de Su Palabra. Jesús dijo a los discípulos que el Espíritu Santo traería a su memoria las cosas que les había enseñando. Él tomaría las cosas de Jesús y las revelaría a los discípulos. Me las mostró a mí (Juan 16:13,14).
Tenía que creer que estaba sanado. Mi mente natural se puso en contra; gritó en contra. Se puede hacer tanto alboroto con la mente como con las manos y los pies. Vale la pena estar quieto y escuchar al Espíritu. Mi mente repetía: "Estás loco, estás loco." Sin embargo dije: "No, lo veo. Lo veo claramente. Sé porque no he recibido la sanidad. Sigo confesando que tengo mi problema cardiaco. Sigo confesando que estoy inmóvil. Puedo sentir el pulso de mi corazón. Sigo confesando que estoy enfermo. Pero Su Palabra dice que estoy sanado. La Palabra de Dios dice que Él hizo algo con la enfermedad y la dolencia. Estoy reteniendo la enfermedad y mientras la retenga voy a tenerla. Tengo que dejarla ir. Tengo que empezar a confesar que lo que Él dice es ver¬dad. Estoy creyendo lo que mis sentidos me dicen en lugar del testimonio de la Palabra de Dios. Necesito recibir el testimonio de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios dice que estoy sanado.
Y así seguí diciéndoselo al diablo. ¡Ay hermano! No crea que no tendrá una batalla. No crea que tendrá una cama de pétalos de flores. ¡Oh, no! Dios no se lo ha prometido. "Pelead la buena batalla de la fe
... resistid al diablo y ..... . retén lo que tienes.. al cual resistid firmes en la fe." Tales términos indican un esfuerzo tenaz de nuestra parte. "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes."
El luchar denota un esfuerzo enérgico. Este lugar no es un esfuerzo físico como luchar con un hombre, sino una lucha con el reino espiritual, una lucha espiritual. Estos versículos dicen que tiene que haber en el reino espiritual una pelea, una lucha, una resistencia, un esfuerzo hecho. Lo sé porque lo he experimentado (Efesios 6:12).
Retenga su confesión. Reténgala. No la retenga débilmente ni negligentemente, sino firmemente, fuertemente. La mía la retuve fuertemente. Yo dije: "Nada, diablo, la Biblia dice que estoy sanado." Eso mismo es lo que Ud. tendrá que hacer. Dejé de retener la confesión de mis sentidos y me aferré a 10 que decía la Palabra de Dios. Eso es lo que me dio la victoria y hará lo mismo con Ud.
Formemos la costumbre de hacer lo que dice la Palabra. La Palabra le sanará si la pone en práctica. Dicen las Escrituras: "Envió Su palabra y los sanó."
Se lee en Proverbios 4:20-22: "Hijo mío, está atento a Mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo."
Supongamos que Ud. fue al médico y recibió una receta; la hizo llenar y entonces puso el remedio en el estante en casa y se sentó a mirarlo sin tomarlo. Por cierto no le ayudaría, ni esperaría Ud. nada de él Tendría que obedecer las órdenes del médico y tomar la medicina. Además, para sacar el provecho, tendría que seguir sus instrucciones. No podrá imitar al individuo que compró un remedio para su hijito. En el envase había estas palabras: "Agítese bien antes de usar." Aquel alzó la criatura y la sacudió. Hay que seguir las instrucciones. La Palabra de Dios le sanará si sigue Sus instrucciones. "Porque Mis palabras son medicina a todo su cuerpo."
Empapémonos de la Palabra de Dios hasta ser tan sabedores de ella que a cada paso pensamos en ella y en lo que ella dice. Mientras otros hablan de cualquier cosa; nosotros deberíamos hablar de lo que la Palabra dice. Ella dice que "Él suplirá toda nuestra necesidad;" dice que "Él me ha sanado." Su confesión correcta se hará una realidad, y recibirá de Dios todo lo que necesite. Ponga en práctica Su Palabra, ¡HOY MISMO!

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